viernes, 23 de agosto de 2013

LABERINTO


 Imaginé una existencia confinada. Recluso eterno de una celda palpitante; minotauro encerrado en un laberinto de carne; vástago despreciado de un dios inmisericorde que, aterrorizado por aquella superioridad esbelta, condena a su estirpe a una existencia agónica.
 Una vigilia constante donde las ventanas del alma permiten la observación de un mundo ajeno, extraño y alienante. Un sueño tedioso, segmentado en horas eternas, en el cual el único objetivo de seguir viviendo es no dejar de respirar.
 Los eones pasan entre giros, extensos pasillos y callejones sin salida. El galeote continua propulsando la nave a través de un laberinto cambiante. Estancias llenas de esperanzas compartidas se abren a su paso, anhelos herrumbrosos y canciones dedicadas a júbilos perdidos. Nada queda, todo se aleja más allá de las dos pequeñas ventanas que dan al bastardo acceso al mundo que lo rodea. Etéreo, lejano e inalcanzable para él, lo único que le queda es continuar propulsando su celda palpitante.
 Un giro más, otro pequeño esfuerzo, siempre un paso más, otro quiebro expectante a una posible salida.
 Desfallecidas ya las fuerzas, agotada toda esperanza, perdido el afán por el objetivo, la meta aparece ante sus ojos. Un acceso, una abertura al final de un tortuoso pasillo.
 El reo avanza hasta la entrada de su prisión. La puerta está abierta. Oxidadas las bisagras largo tiempo atrás, juran que la puerta nunca se ha cerrado. El aire fresco y reparador golpea su rostro prometiendo horizontes y vivencias. Pero nunca han sido las cerraduras sus grilletes ni las cadenas sus sujeciones. El alma atormentada del minotauro carece de la fuerza necesaria para abandonar su cautiverio, el empuje propicio para dejar atrás el dolor y luchar por cotas más altas.
 Lento, firme, enérgico y con fuerzas renovadas, el reo hace girar su celda palpitante y encara el tortuoso pasillo. Cantando insomne, avanza en busca de una salida que le permita abandonar su laberinto. Mientras tanto, la oxidadas bisagras graznan a su espalda, agitadas por la brisa.
 Imaginé una existencia confinada. Recluso eterno de una celda palpitante.


viernes, 16 de agosto de 2013

MIRADAS PERDIDAS



   Le vieron pero prefirieron no mirarle, porque ver es cómodo mientras que mirar nos compromete. Nos hace participes. 
  
Una barba raída, la ropa comida por la mugre de la tristeza, una mirada perdida y un caminar errante. 
  
Las ideas fluían por sus cabezas, ideas del tipo “Es sólo un vagabundo" y "Un pirado más”. Y no dejaba de ser cierto.
  
Porque en el callejón de las miradas perdidas las sombras se desayunan con vidas humanas cada mañana. Personas no distintas de cada uno de nosotros. Personas cuyo único delito fué perder el rumbo, el cariño, los asideros, o todo ello en conjunto. 

Cuidado, porque no es difícil ni inverosímil convertirse en uno de ellos, basta con mirar hacia otro lado un momento y cuando vuelves a mirar, las arenas movedizas ya te tienen aferrado hasta la cintura. Y una vez llegados a ese punto, salir es casi imposible. 

Cuando uno lleva sólo el tiempo suficiente comienza a ver la soledad, la tristeza y la desesperación ya no como una circunstancia sino como un hecho.

Muchos son los inquilinos del callejón: Candy "la de los gatos" perdió el rumbo cuando la desesperación de la soledad se llenó con la gratitud de sus felinos, Adolfo "el ciego" perdió la vista por la ausencia de esperanza, Dolina "la loca" cubría su cara con maquillaje para tapar la vergüenza de su pérdida... Y de entre todos ellos, destaca un caso. Nadie conoce la historia de Nobody, aunque se comentaba que esperó demasiado, que aguardo tanto a su sueño, que al final los sueños llenaron el vacío que la vida iba dejando a su paso.

Es tan duro estar sólo, y tan frágil sentirse acompañado, que a veces se nos olvida que la locura, la desesperación y la soledad están a tan sólo un timbrazo de nuestra puerta.

En el callejón de las miradas perdidas, aunque todos lo sabían, todos lo habían olvidado.