Le
vieron pero prefirieron no mirarle, porque ver es cómodo mientras que mirar nos compromete. Nos hace participes.
Una barba raída, la ropa comida por la mugre de la tristeza, una mirada perdida y un caminar errante.
Las ideas fluían por sus cabezas, ideas del tipo “Es sólo un vagabundo" y "Un pirado más”. Y no dejaba de ser cierto.
Porque en el callejón de las miradas perdidas las sombras se desayunan con vidas humanas cada mañana. Personas no distintas de cada uno de nosotros. Personas cuyo único delito fué perder el rumbo, el cariño, los asideros, o todo ello en conjunto.
Cuidado, porque no es difícil ni inverosímil convertirse en uno de ellos, basta con mirar hacia otro lado un momento y cuando vuelves a mirar, las arenas movedizas ya te tienen aferrado hasta la cintura. Y una
vez llegados a ese punto, salir es casi imposible.
Cuando uno lleva
sólo el tiempo suficiente comienza a ver la soledad, la tristeza y la desesperación ya no como una circunstancia sino como un
hecho.
Muchos son los inquilinos del callejón: Candy "la de los gatos" perdió el rumbo cuando la
desesperación de la soledad se llenó con la gratitud de sus
felinos, Adolfo "el ciego" perdió la vista por la ausencia de esperanza, Dolina "la loca" cubría su cara con maquillaje
para tapar la vergüenza de su pérdida... Y de entre todos ellos, destaca un caso. Nadie conoce la historia de
Nobody, aunque se comentaba que esperó demasiado, que aguardo tanto
a su sueño, que al final los sueños llenaron el vacío que la vida
iba dejando a su paso.
Es tan duro estar sólo, y tan frágil sentirse acompañado, que a veces se nos olvida que la locura, la
desesperación y la soledad están a tan sólo un timbrazo de nuestra
puerta.
En el callejón de las miradas perdidas, aunque todos lo sabían, todos lo habían olvidado.

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